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Aquella mañana de septiembre cuando volteaba mis pensamientos
buscaba desesperadamente respuestas a
impulsos, para entender
que no estaba vivo.
Sólo fingía mi existencia...
Recordaba las narraciones de
Albert Camus, me iba identificando en el transcurso de los minutos con el interlocutor de “La caída”.
Ese hombre destruido por el medio, sollozo de las expectativas que le deparaba el futuro;
entristecido por el constante dolor
de quienes en vez de serle fiel a sus sentimientos eran impropios
del vivir mismo.
¿ Estaré acaso siendo demasiado trágico?
Soy un hombre trágico.
Ese hombre que aspiraba
un sendero luminoso, albergado de triunfos y reconocimientos, con una mujer dócil y una casa grande, de cocina espaciosa y con un patio repletos de matas de mango.
Por supuesto, con un gran
refrigerador para albergar
las cervezas y demás licores con que animaría los fines de semana.
Pero a todo esto:
“no me arrepiento de vivir entre el vacío y la decepción”.
Soy notoriamente responsable del ahogo en que vivo;
estoy consciente de que sufro por cualidades no por sufrimiento. Adquiero el sabor de la lejanía,
del adiós.
Me contengo de realidades
pobres y padezco el susurro de un recuerdo constante:
los tiempos de ignorancia,
cuando era feliz.
Mi vida es un anhelo
por vivir los sentimientos
acabados de la época.
Siento que en la medida que sufro, estoy reivindicando mis errores.
Siento que no me entiendo y por ello asumo que la vida se escapó o simplemente la busco.
Es muy tarde para describir
lo que me ha servido
ser un humano,
llámese homo sapiens
o animal superior.
El desnudo de mi piel revela de forma sarcástica lo que realmente no quiero ocultar;
se me ha hecho aparecer como hijo natural de una moral, de un principio y un “ser” supremo.
Se me ha ocultado el rostro sincero de lo que realmente deseé;
me han convertido en idólatra, en copia al carbón de los deberes sociales y de los justificativos “carnales” que hacen del sexo un puente mágico entre el deseo y el amor.
He sido despojado de las vestiduras:
de lo real y lo fantástico.
Aún dormitan
en mis sueños las esperanzas
por volar, por ser ave;
por aspirar a ser un
verdadero arquetipo de vida.
El papel de nuestras vidas en este paupérrimo mundo social;
el mundo es realmente varios mundos y la función de la vida es dar una oportunidad al organismo fluyente de energía, en miras a conquistar y descifrar cuál mundo le es inminente y para el cuál, por naturaleza, devino apto.
Realidad que hace posible
verificarse por el sólo hecho de existir desigualdades.
Los más altos llegaron a su órbita dialéctica exacta y los más débiles
permitieron su oportunidad.
Todos encontramos
nuestra “horma” de mundo
en ese fugaz respiro
de la energía orgánica.
Hasta uno se equivoque en el lugar órbital exacto,
predestinado por la aptitud;
a fin de cuentas, nuestra energía orgánica es torpe y tiende,
irremediablemente,
a dispersarse
como el humo...
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