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Tomo

la espada

que

dejó

el encanto

y las uvas

verdes

derretidas

en tu cuerpo...

Dejo

espacio

para el único árbol

que da sombra

y que seduce tu piel,

dejo sombra para

el árbol cuya piel

ya no existe

entre polvorientas máquinas

y el deseo

de florecer...

Dejo tu nombre

en el capuyo tierno

que cauteriza

la arteria

por donde la savia

nunca podrá recorrer...

Es distancia

y anhelos,

reformas cubriendo la tez,

es revolución y pecado,

tu voz,

casi nunca

sin querer...
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